Del 7 al 10 de mayo, el presidente de China, Xi Jinping, realizará una visita oficial a Moscú por invitación de su par ruso, Vladímir Putin, con motivo del 80º aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patriótica, la conmemoración rusa del triunfo sobre la Alemania nazi en 1945.
Aunque la agenda oficial aún no fue divulgada, todo indica que el encuentro servirá para reforzar los lazos estratégicos entre ambos países en un escenario global marcado por crecientes tensiones con Estados Unidos y Europa. La cooperación en materia energética, comercial y de infraestructura volverá a estar en el centro de las conversaciones bilaterales, así como la convergencia entre la Iniciativa de la Franja y la Ruta —impulsada por Beijing— y la Unión Económica Euroasiática, liderada por Moscú.
Si bien se espera que los desarrollos militares no sean el foco mediático del viaje, no se descartan avances en materia de cooperación técnico-defensiva, en un contexto donde las capacidades conjuntas cobran cada vez mayor relevancia frente a la expansión de la OTAN y las sanciones occidentales.
Uno de los temas más sensibles será, sin duda, la guerra en Ucrania. China mantiene una posición ambigua, presentándose como mediadora neutral y abogando por una salida política, aunque sin condenar abiertamente la invasión rusa ni sumarse a las sanciones. La reciente presencia de tropas norcoreanas en la región rusa de Kursk añade complejidad a un tablero geopolítico donde la estabilidad en la península coreana representa una prioridad para Beijing.
En el ámbito multilateral, se prevé una reafirmación del compromiso de ambos países con un mundo multipolar. China y Rusia podrían coordinar acciones para sortear las restricciones impuestas por Occidente, fortalecer mecanismos financieros alternativos dentro del bloque BRICS y presionar por reformas en los organismos internacionales, en especial el sistema de Naciones Unidas.
En este punto, las diferencias de enfoque entre ambas potencias se hacen visibles: mientras China invoca el legado del antifascismo como base del orden internacional basado en normas, Rusia lo reinterpreta con un tono marcadamente militarista, justificando su política exterior actual en clave histórica.
La visita de Xi también tiene un peso simbólico significativo. Al participar en las celebraciones de la Segunda Guerra Mundial junto a Putin, el líder chino busca consolidar una narrativa común frente a lo que ambos gobiernos perciben como revisiones históricas “instrumentales” desde Occidente.
El viaje se produce en un momento de renovadas tensiones con Washington. El 2 de mayo, el Ministerio de Comercio chino respondió con cautela a una propuesta estadounidense para reabrir el diálogo comercial, condicionando cualquier avance a gestos de “sinceridad” por parte de la Casa Blanca, incluida la eliminación de los aranceles unilaterales impuestos durante la guerra comercial.
Mientras tanto, un emisario de Xi participó en la asunción presidencial en Gabón el 3 de mayo, reflejo del interés chino en África. Sin embargo, el compromiso diplomático con Moscú trasciende lo protocolar: se trata de una señal clara sobre las prioridades estratégicas de China en el actual tablero internacional.