Apenas un mes después de que el presidente Xi Jinping anunciara su Iniciativa de Gobernanza Global, China dejó en claro que aspira a jugar un papel central en la configuración del orden internacional. Lo hizo en el escenario más visible, la Asamblea General de Naciones Unidas, donde el primer ministro Li Qiang pronunció un discurso cargado de mensajes que, sin mencionar directamente a Estados Unidos, apuntaron a marcar contraste con la política exterior de Washington bajo la presidencia de Donald Trump.
Li presentó a su país como un actor dispuesto a asumir responsabilidades y aportar soluciones, evocando la creación de la ONU y los beneficios obtenidos durante ocho décadas de relativa estabilidad. Luego lamentó el “caos” actual, atribuible, según él, al unilateralismo, la mentalidad de Guerra Fría, el hegemonismo y el acoso de ciertas potencias. El lenguaje, habitual en la diplomacia china, suele referirse a Estados Unidos sin nombrarlo. Frente a ello, defendió que China ofrece respuestas, desde la reducción de aranceles y los compromisos en materia climática hasta la defensa del papel de la ONU como eje del sistema internacional.
El tono refleja un cambio en la estrategia china. Expertos como Olivia Cheung, de King’s College London, señalan que Pekín pasó de privilegiar relaciones constructivas con Occidente para asegurar su crecimiento a impulsar un rediseño del sistema internacional en función de sus propios intereses y valores. La iniciativa de gobernanza global presentada por Xi busca reforzar el rol de Naciones Unidas y situar a China en el centro de la toma de decisiones.
Para la administración Trump, este giro genera preocupación. Aunque Pekín insiste en que no pretende desplazar a Washington como potencia dominante, su intención de tener una voz proporcional a su peso económico y geopolítico es clara. Ali Wyne, del International Crisis Group, sostiene que China no busca reemplazar por completo el orden existente, sino ganar influencia en áreas clave y legitimar su planteo de que las normas actuales deben adaptarse a las nuevas realidades del poder mundial.
El discurso, sin embargo, abre un debate sobre la distancia entre la retórica y la práctica. Craig Singleton, de la Fundación para la Defensa de las Democracias, cuestionó la coherencia del mensaje de Li, recordando que Pekín invoca la soberanía en la ONU mientras la limita en regiones como Hong Kong o el mar de China Meridional. En su opinión, los llamados chinos a la cooperación y apertura buscan más bien reducir la presión internacional sobre su economía y su sector tecnológico.
El viaje de Li a Nueva York incluyó también un encuentro con empresarios y académicos estadounidenses. Allí prometió mayor acceso al mercado y garantías para que las compañías extranjeras operen con seguridad en China. Este gesto ocurre mientras ambos países siguen atrapados en una disputa comercial y se preparan para una reunión clave entre Xi y Trump en la cumbre de APEC en Corea del Sur, a fines de octubre. Con ello, Pekín intenta proyectar un doble mensaje: desafiar los métodos de Washington en el terreno diplomático y, al mismo tiempo, mostrarse abierto a la cooperación económica.