En un escenario internacional atravesado por la fragmentación del orden liberal posterior a 1945, figuras como Wang Yi y Serguéi Lavrov encarnan una nueva manera de concebir la diplomacia desde fuera de Occidente. Ambos han sido los rostros visibles de una convergencia geopolítica entre China y Rusia que, más que táctica, responde a una coincidencia profunda en la forma de entender el sistema internacional, el rol del Estado, y los límites del poder estadounidense.
El pragmatismo confuciano de Wang Yi
Wang Yi, actual canciller y director de la Comisión de Asuntos Exteriores del Partido Comunista Chino, representa una de las caras más sofisticadas del pensamiento diplomático chino contemporáneo. Formado en la escuela maoísta del realismo socialista, pero moldeado en las aguas de la apertura y reforma post-Deng Xiaoping, Wang Yi ha sido artífice de una diplomacia pragmática que busca posicionar a China como centro de poder sin caer en las trampas de la confrontación directa.
Su concepción del orden internacional es multilateral, pero no liberal. Promueve la idea de una gobernanza global multipolar, donde el Sur Global tenga voz y voto, y donde el principio de no injerencia siga siendo el núcleo de las relaciones interestatales. Es la lógica del tianxia invertido: un orden donde todos los Estados coexisten sin hegemonías, aunque con China en el centro del equilibrio. A diferencia del idealismo occidental, Wang Yi apuesta por una diplomacia “con características chinas”: lenta, calculada, basada en vínculos económicos más que en ideologías.
Lavrov y el realismo ruso
Serguéi Lavrov, por su parte, representa la continuidad del pensamiento geopolítico ruso desde la era soviética hasta el siglo XXI. Ministro de Exteriores desde 2004, es uno de los cancilleres más experimentados del mundo. Su visión parte de una lógica realista y defensiva, en la que Rusia debe garantizar su seguridad y su esfera de influencia ante lo que percibe como un asedio permanente de la OTAN y Estados Unidos.
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Lavrov no cree en el multilateralismo liberal como sinónimo de justicia. Desde su óptica, los foros multilaterales son útiles en la medida en que contengan o limiten el poder estadounidense. Su defensa del derecho internacional no es ingenua: promueve el respeto a la soberanía cuando se aplica a Rusia y sus aliados, pero no duda en reinterpretarlo cuando se trata de Ucrania o Georgia. En este sentido, su pensamiento es profundamente westfaliano: los Estados son actores soberanos que no responden a principios éticos universales, sino a sus propios intereses estratégicos.
Una alianza sin límites: más que un eslogan
Lo que une a Wang Yi y Lavrov no es simplemente una enemistad compartida con Occidente, sino una visión común de un mundo post-hegemónico. Ambos comparten la idea de que el sistema internacional debe regirse por el equilibrio de poder, la pluralidad de modelos políticos y el respeto mutuo. La frase de que su relación es una “alianza sin límites” no debe leerse como una fusión ideológica, sino como una comunión táctica entre dos potencias que ven en la cooperación una vía para contener el unipolarismo estadounidense.
Wang Yi aporta la estructura: China como motor económico, diplomático y tecnológico del mundo multipolar. Lavrov aporta la narrativa: Rusia como el contrapeso militar, como el país que desafía abiertamente el orden impuesto desde Washington. Juntos, consolidan una red de influencia que se extiende desde Asia Central hasta América Latina, desde África hasta el Ártico, utilizando plataformas como la Organización de Cooperación de Shanghái, los BRICS+ o incluso el Consejo de Seguridad de la ONU para avanzar una agenda común.
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Contradicciones internas, coherencia externa
Aunque las diferencias entre ambos son evidentes —China ha evitado las sanciones económicas, mientras Rusia se ha aislado—, sus discursos se armonizan con sorprendente facilidad. Ambos rechazan los “valores universales” promovidos por Occidente, y ambos promueven un tipo de diplomacia basada en el interés nacional, el respeto a las tradiciones políticas locales, y la defensa de la soberanía como principio supremo.
Esto los vuelve especialmente atractivos para países del Sur Global que han sufrido los costos de la intervención occidental o que ven en el modelo liberal un callejón sin salida. Wang Yi y Lavrov saben leer esas demandas, y las incorporan a su narrativa sin prometer cambios revolucionarios: no buscan exportar modelos, sino validar alternativas.
Un eje que incomoda a Occidente
En definitiva, Wang Yi y Serguéi Lavrov encarnan dos tradiciones diplomáticas distintas pero complementarias: la del equilibrio confuciano y la del cinismo geopolítico postsoviético. Su alianza no es sentimental ni ideológica, sino estratégica. Y, en tiempos de crisis del orden liberal, puede resultar mucho más resiliente que las coaliciones basadas en afinidades discursivas.
No es casual que, mientras Occidente discute sus propios valores y redefiniciones internas, ellos dos hablen con una sola voz. Una voz que, cada vez más, se hace escuchar en los márgenes del sistema, pero también en sus centros.
Fuente: Reporte Asia